Un buen día

 Un día cualquiera, pongamos al azar, un viernes, a los astros les da por conspirar para beneficiarte, como cosa novedosa, y que ese día sea estupendo para ti. Y a lo mejor no son los astros porque, aunque te cueste creerlo, ellos tienen cosas mucho mejores que hacer que andar detrás de tus mierdas; la cuestión es que determinadas fuerzas se conjugan a tu favor, como lo hacen con más frecuencia de lo que estás dispuesto a reconocer, pero en un espacio de tiempo más concentrado. Concentradamente, pongamos, en un viernes.

Y, a pesar de la broma inicial, cuando adelantaste el despertador para levantarte un poco antes y, como no suena, te acabas levantando un poco después, desde primera hora de la mañana todo empieza a rodar. Como al final de Atrapado en el tiempo, cuando al pobre Bill Murray por fin le va saliendo el día redondo, después de tanto padecer. Y tras un desayuno que ya tomaste tú la precaución de que fuera mejor de lo común, te encaminas, como casi todos los viernes, a echar tu jornadita con el buen ánimo de que se va acabando la semana laboral, porque el trabajo dignifica pero da mucho gustico cuando no trabajas. Sin embargo, no es un viernes al uso porque, aunque los astros están a lo suyo, hay gente que sí ha decidido que hoy tendrás un bonito día y ha ido tomándose diversas molestias para que sea de esa manera. Así que tú, que también eres detallista y habías querido aportar tu pequeño granito de arena a la felicidad común (bueno, común de quienes lo merecen, a los demás ni agua), te ves recompensado de forma multiplicada y abrumadora. 

Y así, una detrás de otra, un montón de personas van poniendo de su parte para que un día cualquiera, pongamos, un viernes, sin que ocurra nada absolutamente extraordinario ni alocado, se convierta en un día inolvidable y encantador. Entonces te das cuenta de cuánta gente ha invertido parte de su tiempo y su esfuerzo en hacerte un poco feliz, consiguiendo así hacerte muy feliz. Y te paras a pensar, con más detenimiento que en otras ocasiones, en algo de lo que eres muy consciente pero que a veces se te olvida, porque siempre es más tentador mirar a lo que no funciona o a lo que te disgusta; te paras a pensar, decía, en lo afortunado, inmensamente afortunado que eres.

Porque sí, claro, hay gente que no te hace caso, o no te hace el caso que te gustaría o crees que mereces. Hay gente que no se ha portado bien, que te ha hecho sentir insignificante, que te ha despreciado de alguna forma. Hay gente que te ha fallado o te ha decepcionado, que te ha desencantado. Pero, muy por encima de esas personas, o incluso de las veces que alguien se haya comportado así contigo, hay otras (personas y ocasiones) que se han esforzado para agradarte. Así, cada vez que vuelves a tu pueblo puedes escuchar al menos diez agendas abrirse de par en par para buscar aunque sea el más mínimo hueco para tomarse un café contigo. O puede llegarte un paquete con una alhaja para sustituir aquella de alto valor sentimental que perdiste porque eres un poco gilipollas. O alguien se hace tres kilómetros más para acompañarte a casa y que no vayas solo de noche, o se monta en un avión, aunque tenga miedo a volar, por verte. O te manda esa postal. O te llama el domingo, aunque no lo hiciera el viernes, aunque ni pensara en el viernes, solo porque habéis hablado poco durante la semana y le apetece escucharte y saber cómo te ha ido. O un millón de cosas, grandes y pequeñas, que decide hacer alguien para mejorar un poco tu mundo. Como convertir un viernes cualquiera, pandémico, restringido y aislado, en un muy buen día.

Comentarios

Entradas populares de este blog

A fuego lento

Berta

Pistachos