La voz
Puede que se nos esté olvidando su valor. Nos estamos acostumbrando al escondite detrás de la pantalla, a la comodidad de dar las explicaciones justas, a la cobardía del mundo virtual. Ya ni siquiera consigues que el albañil que tiene que venir a arreglar el pie de ducha te llame para concretar la hora o para dejarte tirado, porque te manda un mensaje, o tres o veinte. Y es que los mensajitos le han ganado el terreno a todo lo demás hasta el punto de que todo lo demás ya ni lo recordamos. Pero un mensaje, o mil, no son una llamada, igual que una llamada no es un café, igual que un café no es un día entero juntos. Porque lo uno solo es un parche de lo siguiente y el paso en el que decidas quedarte define, muchas veces, la relación que tienes con la otra persona. Porque cuando una persona te gusta, y no hablo necesariamente de romanticismo, siempre te apetece un poco más. Que sí, que vale, que los mensajitos están bien, que tienes que asumir el siglo en el que vives, aunque sigas mandan