Berta

Hoy he bautizado a una gaviota. Ya está, ya ha llegado ese momento, ya estoy cruzando el umbral. Conforme lo hacía, una voz interior me susurraba "Estás perdiendo la cabeza". Supongo que oír voces interiores ya es síntoma por sí solo de que la estás perdiendo. Antes o después tenía que pasar.

Por bautizar me refiero, obviamente, a ponerle nombre, no a echarle agua bendita por la cabeza y darle la bienvenida al seno de la Santa Madre Iglesia. Por todos es conocido el arraigado ateísmo de las gaviotas. Le he puesto nombre propio. A una gaviota. A u-na ga-vio-ta. No es como ponerle Marcelino a un gato callejero y adoptarlo, aunque niegues que lo estás adoptando y aunque no te gusten los gatos y aunque tú seas más gato que el gato. No. Hablo de llamar por su nombre a un bicho que vuela de un lado a otro sin parar y que se parece tanto a otros bichos que vuelan que, en realidad, podría ser cualquiera de ellos. Pero yo le he puesto nombre a mi gaviota. Se llama Berta.

Lo peor es que hasta hoy estaba convencida de que era un gato. Juro que se oía maullar y, como siempre sonaba por la misma zona de la calle, me parecía lógico que se tratase del gato del barrio (todos los barrios tienen asignado al menos un gato de oficio), con su maullido de celo porque ya es primavera para todos; aunque, cada vez que me asomaba a la ventana y miraba por las aceras en su busca, me acababa rindiendo sin verlo. Esta mañana, al presunto maullar le ha seguido un sonido que ya no era mamífero, una especie de gorjeo de ave que me ha hecho iluminarme: claro, no ves al gato porque no hay gato. No ves porque estás mirando donde y lo que no es. Eso pasa mucho en la vida. Y entonces he comprendido por qué me parecía oírlo a diferentes alturas y en diferentes sitios de la zona. Porque gato ha resultado ser gaviota. Y yo le he puesto nombre.

Mientras fregaba los platos con la ventana abierta y la oía maullar como sólo las gaviotas maúllan, he pensado en lo afortunada que era ella, que podía volar de aquí para allá sin saber lo que era el estado de alarma, que podía ir a mirar el mar, tan cerca pero tan inaccesible para mí por el momento. Que estaba en libertad. Li-Berta. Berta. Ya, el proceso creativo ha sido una basura, pero ha llegado a un resultado bonito. No creáis que en publicidad se trabaja de forma diferente.

Berta, la gaviota.

La cuestión es que ahora la escucho y pienso "Ahí está Berta" y siento una especie de tranquilidad absurda, ésa que nos da el tener algo familiar y conocido cerca, y un poco nuestro. Que puede ser Berta o puede ser cualquier otra, porque quién me dice  a mí que no hay cinco gaviotas maullando igual. Aún no he conseguido ponerle cara. Pero me da igual. La oigo y ahí está Berta y me gusta.

Como el encierro dure mucho más, empiezo con los gorriones.


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

A fuego lento

Pistachos