No esperaba más

Una cosa que hace muy bien el ser humano es decepcionarse. El eterno descontento causado por la discrepancia entre lo que queríamos y lo que acabamos obteniendo es lo que nos diferencia de la mayoría de animales. Que no os engañen con eso de que es la inteligencia, que los delfines también son muy listos.Y es que el principal alimento de una buena decepción son las expectativas: el relato que construimos en nuestra cabeza de cómo debería ser algo y que tan pocas veces llega a ser fiel a la realidad.

Ya nos lo contó el cuento de la lechera: mira por dónde andas, bonita, o vas a romper el cántaro y, si te pones, los dientes, que la piedra siempre se pone en el sitio más tropezable del camino. Supongo que en parte es fruto de ese otro rasgo tan humano que es la imaginación. Nos encanta ir veinte pasos por delante de lo que está ocurriendo e inventar nuestro propio cuento, conjeturar con los ochocientos escenarios posibles, fantasear con las maravillas que esperan a la vuelta de la esquina. Y claro, luego a la vuelta de la esquina nos espera otra cosa, que puede no ser mala tampoco, pero que no está al nivel de Lo Esperado, y viene el batacazo. Porque la decepción no viene por la falta de, digamos, calidad de lo que se consigue, sino por la distancia entre ello y lo que nosotros habíamos presupuesto que sería.

Con las personas pasa lo mismo. Es cierto que a veces la expectativa no te la creas tú, alocado y esperanzado soñador, sino que te la crean. Porque sí, hay gente que se vende muy bien y que te cuenta una película con un estupendo guión y un reparto inigualable y tú te la tragas entera porque, en fin, eres un poco pardillo. Así que lo que parecía una obra maestra de Scorsese resulta ser un telefilm de domingo por la tarde en Antena 3. Pero otras, el relato de ciencia ficción nos lo montamos nosotros sin demasiada ayuda de nadie, con las idealizaciones, los anhelos y los deseos proyectados y al final resulta que convertimos a alguien en lo que queremos imaginar que es y no en lo que es de verdad y el contraste entre una cosa y otra, aunque de forma injusta, acaba haciendo que nos sintamos defraudados con esa persona,

Así, vas acumulando una decepción encima de otra hasta que la torre se hace tan alta que su sombra oscurece toda tu fe en la humanidad. Los colores de los entusiasmos se van destiñendo y te empiezas a convertir en alguien gris, descreído y huraño. Y así, vas bajando la persiana del corazón para que no se cuele por debajo una nueva decepción.

Pero también puede uno ponerle freno a la caída por la cuesta abajo del escepticismo, limitándose a tomar las cosas como van siendo y evitando lo de ir persiguiendo rayos de luna por el bosque, como el pobre Manrique. Dejar que las cosas vayan surgiendo y que las personas se muestren como son, sin la presión de una expectativa tiránica. Sintiendo la apacible calma que da no esperar más de algo o de alguien, porque así no obtienes menos.

Y a veces, cuando no esperas, cuando menos lo esperas, te llevas una grata sorpresa.

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