El extranjero

Miraba a su alrededor en silencio. Observar era lo que hacía con más frecuencia. "Ver, oír y callar", solía repetirle siempre uno de los escasos miembros que conocía de su especie. Y en ello estaba constantemente. Los demás. los que no eran como él, solían confundir ese silencio con falta de opinión o tal vez de inteligencia. Pensarían algunos que no se daba cuenta de muchas cosas, que le pasaban desapercibidas. Nada más lejos. Observaba, analizaba, sacaba conclusiones. Y guardaba silencio. Si nadie le había pedido su opinión, no tenía por qué darla. 

El extraterrestre miraba a su alrededor y no comprendía nada. Todo lo que le rodeaba le era ajeno y extraño. Parecía haber un consenso general acerca de muchas cosas sobre las que nadie se cuestionaba nada, tan establecidas, tan aceptadas, tan interiorizadas por todos que la absurda posibilidad de que alguien no las compartiera suponía, inmediatamente, la exclusión social del rebelde. Curiosos humanos. Desde su posición de incógnito veía estas cosas desfilar ante él y fingía, como mínimo, tolerarlas, no habiendo aprendido nunca a disimular lo suficiente y a entusiasmarse falsamente, por muchos años que llevara en el planeta extranjero. Sonreía todo lo que podía, sonreía en silencio para no verse obligado a decir nada contrario a sus pensamientos, y seguía a los demás en lo imprescindible para no levantar sospechas. Si le descubrían... Aunque sabía que a veces se le notaban las grietas detrás de la sonrisa.

En ocasiones se le hacía cuesta arriba. Se sentía tan solo que no podía evitar levantar la vista al cielo buscando con la mirada ese planeta del que venía y que ya no recordaba si había existido o sólo lo soñó. Posaba sus ojos sobre la Luna, con sus cambios de humor, unos días espléndida y rebosando brillo, otros escondiéndose de todos, cada noche un poco más, y pensaba que ella tampoco estaba muy bien de lo suyo. Volvía a mirar a su alrededor y notaba al universo expandirse bajo sus pies y alejarlo mil millas, dos mil, del ser que más cerca tuviera en ese momento.

¿Cómo podían gustarles esas cosas? ¿Cómo interesarles esos temas? ¡Es que no lo entendía! A veces se enfadaba y le daban ganas de mandar más allá de Orión a ese estúpido planeta y sus estúpidos habitantes. Dimitir. A poco que lo pensara... ¿Qué demonios hacía allí? ¡Si ya se estaban dando cuenta, lo notaba! Cada vez le costaba más disimular. Y a los demás cada vez les costaba más fingir que pasaban por alto sus rarezas. ¿Pero entonces, qué? Sabía que existían más de los suyos; sin embargo, la mayoría ni siquiera tenía idea de dónde estaban y, de los pocos que había descubierto, algunos habían mostrado con su silencio un inequívoco desinterés en ser contactados. El silencio es la forma más abyecta de desprecio.* Observar, analizar, sacar conclusiones. Interpretar los mensajes. Para eso estaba allí.

Suspiró. También era agotador enfadarse cada vez, aunque le costaba evitarlo. Debería intentar ser más fácil, como ellos. Mimetizarse. Hacerse al entorno y dejar de convertirlo en hostil. ¿Podría? O, más bien, ¿quería? Tal vez no.

Volvió a levantar la cabeza, miró a la Luna y empezó a contar estrellas. En alguna de ellas quizá estuviera su hogar.



*El Bosque Oscuro, Cixin Liu

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